Chile ha devenido a ser lo que es hoy a través del guión de una historia que muchas veces se desconoce a sí misma. Las identidades de los territorios en muchos casos son el producto de procesos culturales donde la historia post colonización española se ha impuesto mediante el registro de naturalistas, escritores y evangelizadores que no siempre supieron traspasar a la letra el sentido más profundo de las cosas. En el Cajón del Maipo, destino de montaña por excelencia, se puede apreciar esto perfectamente: Mientras las artesanías y el turismo evocan a universos de contenidos basados en el aporte cultural de la colonización extranjera en un mix de duendes, strudels y chocolates, hay rocas marcadas entre las alturas de la cordillera, cargadas de preguntas y no respuestas, que acompañando el vuelo del cóndor y sobreviviendo firmes a los procesos de cambio de una naturaleza en constante movimiento, nos recuerdan que el territorio tuvo una historia antes de la historia dándonos la oportunidad de conectarnos a nuestro propio origen. En este artículo de nuestro colaborador invitado Claudio Pérez Anabalón te contamos más detalles sobre los petroglifos presentes en el Cajón del Maipo, un patrimonio desconocido que se encuentra en una situación de alta fragilidad.

Es medio día de domingo en la plaza de San José de Maipo. Tengo que esperar una hora para luego partir hacia Las Melosas. Aprovecho de dar una vuelta por los puestos de artesanía y a medida que los recorro veo espadas y hachas medievales -o quizás vikingas- , ropa tejida con diseños étnicos altiplánicos, también los hay de diseño mapuche, entre todo un sinnúmero de importaciones, plantas no nativas, piedras de diversos colores, brujas y duendes muy bien tallados y telas pintadas con diversos motivos.

Toda esta mezcla temática me hace pensar aún más en mi próxima aventura: descubrir unos petroglifos hechos por antiguos habitantes del territorio.

Ya los he visto en fotos. Me parecen hermosos, pero claro, mi visión es poco objetiva, ya que soy un amante de los petroglifos y en mi defensa sólo quisiera decir que mi amor por ellos no es estético. Lo que más me cautiva es el universo de historias alrededor de ellos y volver a ser niño imaginando cómo habría sido esa época en que el río estaba más arriba y traía más agua, en que la flora era más abundante –un bosque y no un matorral esclerófilo-, en que los fósiles estaban aquí y allá, en que ver un puma no era lo que le pasó a Walter Mitty con el Leopardo de las Nieves, sino parte de lo que puede pasar día a día, si vives en un lugar donde vida y naturaleza son lo mismo.

Pienso en esa familia que siendo parte de algún grupo trashumante recorrió cientos de kilómetros entre Argentina y Chile en condiciones climáticas extremas, persiguiendo las poblaciones de guanacos, heredando la destreza de generaciones anteriores, invaluables aprendizajes de cómo vivir en la naturaleza y con la naturaleza, amándola, resistiéndola y venerándola en lugares especialmente escogidos para dejar petroglifos dada su ubicación estratégica para rendir homenaje a elementos que me permito entender habrían sido sus deidades: la montaña, el viento, el cóndor, el río Maipo, el puma, el guanaco, ciertos minerales, las estrellas, la luna y sol.

Pienso también en el hecho de que el Paso Piuquenes haya sido utilizado por tropas del ejército libertador o por el mismo Charles Darwin cuando desde Chile cruzó a Argentina, quizás sin saber que este paso ha sido transitado desde siempre por quienes fueron la sangre original del Cajón del Maipo.

Son las trece horas y es momento de partir. Subo a mi camioneta con un mapa del sector que recorreré, una mochila con provisiones, bastones de trekking y, lo más importante, las fotocopias del único paper científico que existe sobre estos petroglifos, escrito en 1969 por Jacqueline Madrid, el cual recibí meses antes a través de Alejandro Morales, Director del Museo de Talca, también un amante del arte rupestre.

Me interné por la ruta Camino al Volcán “aguas arriba” y poco a poco fui dejando atrás los poblados de Melocotón, San Alfonso, el Ingenio y San Gabriel, para luego avanzar por el camino hacia Las Melosas. Tras avanzar algunos minutos detuve el motor y abrí el mapa para chequear mi ubicación respecto del lugar donde debo ir. Una vez identificado el lugar y la ruta comienzo el ascenso. Justo a pasos de comenzar me encontré con un habitante del sector, quien me da mayores indicaciones de cómo llegar “a las piedras pintadas”. Siempre se agradece la sabiduría de las personas de montaña, que te pueden llevar de A a Z por mejores rutas. Y así fue.

Tras 15 minutos de subida pronunciada y justo antes de comenzar un acarreo hice una primera parada para observar el territorio. Si bien aún no estaba en un divisadero superior ya se apreciaban majestuosas formas de relieve y expresiones de la naturaleza, desde las paredes de montañas –quizás algún de ellas una cumbre sagrada en especial para quienes hicieron los petroglifos-, el río Maipo y el sol fueron los elementos que más llamaron mi atención.

Continué subiendo hasta llegar a un acarreo, donde pude apreciar una pirca –en caso de haber sido hecha por habitantes de pueblos originarios- o quizás un “ruco”, llamados así los refugios de arrieros. Semanas después investigando otros artículos me enteré de que esta construcción en piedra fue efectivamente hecha por antiguos habitantes del territorio, no arrieros, sino aborígenes.

Continué el recorrido hasta llegar a una pared de roca que debería escalar. Lo hice y al subir me di cuenta que ya estaba cerca de mi destino final. El lugar era fantástico, un anfiteatro de la naturaleza en el que es posible encontrar elementos en común con otros sitios de petroglifos que he visitado en la zona centro-sur de Chile: un sitio de altura, con vista despejada hacia los grandes elementos que dan forma al paisaje, en este caso las montañas, el río, la posibilidad de ver la salida y puesta del sol, cielo abierto.

A poco caminar, no más de 10 minutos, llegué a un lugar que nunca olvidaré y tuve, también, una sensación que nunca olvidaré. Una sensación que sólo se me ocurre describir como un encuentro en mi propio ser del Claudio niño y el adulto, todo a la vez. Eso es lo que sentí cuando vi el petroglifo. Una vez que lo vi, en cada paso un latido se hacía más fuerte y en lugar que era silencioso, el silencio se hizo más profundo aún.

Verlo por fotos es una cosa –impresionante, por cierto- pero estar ahí es otra. La soledad del paisaje, la calma infinita, la posibilidad de recapitular conocimientos previos y tratar de entender cómo llegamos a ser lo que somos hoy. Se aparece en mi esa inevitable reflexión que todos quienes amamos la naturaleza nos hacemos más de alguna vez: “lo pequeños que somos”.

También miré mi mochila, mis zapatos y mis bastones pensando que gran trabajo debe haber sido llegar a este lugar. La verdad es que no fue un ascenso largo, pero si fue un tanto difícil por la pendiente, los acarreos, la parte en que tuve que escalar. Luego caí en cuenta de que lo más probable es que no hayan subido por la misma ruta, pero eso no quita el mérito de estas personas de quienes poco sabemos, porque hay más preguntas que respuestas.

Tal como señalé antes, el único paper científico referente a este petroglifo fue escrito en 1969 por Jacqueline Madrid. Así mismo, a la fecha, ningún sitio de arte rupestre del Cajón del Maipo cuenta con ninguna medida de protección por parte del Consejo de Monumentos Nacionales. Espero no pase con este importante patrimonio arqueológico lo mismo que ha pasado con el patrimonio paleontológico que son los fósiles del Cajón del Maipo; ya casi es imposible encontrar uno.  

Cuando hablo con cajoninos sobre los antiguos habitantes del territorio lo más común es que hagan referencia a los chiquillanes, un grupo del que se sabe relativamente poco y que ha sido más estudiado desde el lado argentino. Sabemos que los chiquillanes habitaron en sectores cordilleranos y precordilleranos con un modo de vida trashumante entre Chile y Argentina, en el tramo que va principalmente desde Mendoza hasta la cuenca norte del Río Neuquén en Argentina y desde el río Aconcagua hasta el Ñuble en Chile. Fueron descritos por cronistas españoles como “indios bárbaros”, quienes se comunicaban a través de sonidos guturales, vestían con pieles de animales, se dedicaban a la caza y recolección y practicaban el trueque con mapuches y españoles, por ejemplo, en ferias de San Fernando, de las cuales existen registros.

Pero para aproximarnos de mejor forma al origen de la presencia humana en el territorio hay que ir más atrás. Investigadores como la ya mencionada Jacqueline Madrid, Rubén Stehberg y Luis Cornejo –por mencionar a algunos- han aportado importantes nuevas miradas sobre la transición entre distintos grupos humanos que habitaron el Cajón del Maipo, un territorio donde los primeros registros de presencia humana nos remontan a 12.000 años de antigüedad. Aleros, petroglifos, sitios mortuorios, cerámica, flechas y lascas son sólo algunas de las muestras a través de las cuales nuestros antepasados dejaron huellas de su presencia ancestral en la cuenca del Río Maipo, el valle del Yeso, el estero El Manzano, Laguna Negra y otros. Períodos de poblamiento que los arqueólogos han denominado Arcaico (10.000 a 1.000 años AC) el cual fue habitado por cazadores recolectores de fauna moderna, Alfarero Temprano, Alfarero Intermedio, Aconcagua e Inca corresponden a la secuencia de poblamiento del Cajón del Maipo.

Por ahora hay muchas preguntas y pocas respuestas, pocas certezas de quienes, cuándo y por qué hicieron los petroglifos presentes en diversos lugares del Cajón del Maipo. Las miles de preguntas sin respuesta, y las profundas emociones vividas se acrecentaron aún más cuando días después, producto de un encuentro fortuito con un habitante del territorio pude conocer un nuevo sitio de petroglifos, esta vez en inmediaciones de San Gabriel.

Esta vez llegar fue mucho más fácil, nada de acarreos y escalar, pero los sitios –porque son 2- tienen su propia hermosura: están ubicados en una quebrada abrupta por donde en épocas pasadas debe haber habido un estero mucho más caudaloso, rodeado de abundante vegetación. Un lugar que debe haber brindado buenas condiciones de refugio y para la caza y recolección.

Respecto de este segundo sitio me quiero detener en 2 cosas. Primero, en una enorme roca con una decena de petroglifos que me parecen muy distintos a los que he visto anteriormente en el Maule –estilo Guaiquivilo- y en el Cajón del Maipo mismo –estilo Aconcagua. Me llamó especialmente la atención el petroglifo de mayor tamaño, el cual me atrevo a interpretar como un ojo muy parecido a diseños que he visto en la cultura egipcia. Lo segundo es reflexionar sobre esta roca ya mencionada, pues se encuentra sobre una roca firme en el suelo, que en tiempos pasados perfectamente podría haber estado semi sumergida, dando la sensación a quien se parara sobre ella, de estar parado sobre el agua, como caminando sobre el estero. Las figuras son motivos antropomorfos y zoomorfos con detalles abstractos.

Tras caminar no más de 100 metros aguas arriba llegué al segundo petroglifo, el cual llamó mi atención inmediatamente primero por estar dibujado en una pared vertical de roca y luego por el propio diseño, muy sofisticado, geométrico, quizás alusivo a símbolos hispánicos o incaicos de los que hayan estado tomando conocimiento quienes los hicieron.

Tras explorar un poco los alrededores del lugar encontré un tercer petroglifo, esta vez de letras de nuestro abecedario latino. Esto me hizo pensar en que definitivamente debe haber una relación entre procesos de conquista, evangelización y los petroglifos.

Hasta hace poco tiempo no sabía que hay petroglifos que fueron marcados de forma posterior con iconografías alusivas a cruces o iglesias, todo esto como parte del proceso de traspaso cultural –me permito decir sometimiento- por parte de los conquistadores hacia los habitantes ancestrales del territorio.

Como Estado tenemos una deuda histórica con la investigación, salvaguarda y puesta en valor del patrimonio arqueológico, muy rico por cierto, de la zona centro sur de Chile. Lo que se conoce se valora, lo que se valora se cuida y lo que se cuida se puede poner en valor, por ejemplo a través de actividades de turismo de intereses especiales que podrían ser el sustento principal de la economía local del Cajón del Maipo.

Hasta que eso ocurra la situación es la inversa: lo que se desconoce no se valora, lo que no se valora no se cuida y lo que no se cuida no puede ser puesto en valor. Hace 2 años nos enteramos como tristemente en la Laguna del Maule una máquina retroexcavadora, en el contexto de obras de un privado, destruyo un petroglifo partiendo la roca en 2 para ocuparla de relleno para un camino. Que dirían los antepasados que vinieron del norte de Argentina y Uruguay, a pie, a recoger piedra obsidiana para hacer puntas de flecha hasta dicho sagrado lugar.

Aún me quedan más petroglifos que visitar en el Cajón del Maipo, un lugar que mientras más recorro más crece. Los estoy recorriendo para hacer algo al respecto: hacer de los petroglifos un elemento fundacional de una nueva identidad del territorio, en la cual honremos el legado de los habitantes originarios en actividades de educación y expresión artística.

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